domingo, 20 de julio de 2008

Recuerdos de Viajes ( Lucio V López 1.915 )


De París a Marsella
Marsella, 25 de diciembre de 1880.



¡Adiós a París! Es necesario partir y abandonar todos sus encantos antes de la Noche Buena, para no dejarse tentar de las subsiguientes que son siempre mejores. La mañana está fría y nublada, la estación de Lyon llena de pasajeros, todos en movimiento, cargados con sus mantas y sus sacos de noche. ¡Qué diablo! confieso que me cuesta dejar esta ciudad encantadora donde la vida brilla bajo todos sus prismas. Si la voluntad no fuera más fuerte que la tentación, yo me habría vuelto de la mitad del camino, porque llevaba no sé qué triste presentimiento de que aquel viaje iba a producirme un mal rato; pero la resolución, está hecha; no había como retroceder, y ¡adelante! ¡A Marsella, a Niza, a Italia!


Me instaló en el carruaje, cómodamente y el tren se puso en movimiento. Entre las nieblas de la madrugada, como amigos queridos que saludan a los que se van, apuntaban las torres afiladas del Trocadero y la bóveda majestuosa del Panteón. Sentimos una tristeza tan profunda los que nos alejamos en medio de la indiferencia completa de los que quedan, como cuando sabemos que nuestra ausencia deja un vacío profundo en los pocos corazones que nos aman y que laten por nosotros. ¡Qué extraño sentimiento experimenta el espíritu cuando en medio del desierto, nuestro dolor no encuentra un eco solo que responda a su grito! Nadie nos conoce, a nadie conocemos. Las relaciones de dos meses nos han dejado sin embargo profundos recuerdos, pero los que quedan están habituados a ver aparecer y desaparecer al viajero, como la imagen que se detiene un breve instante en el foco de una cámara obscura. Sólo el que pasa, siente, recuerda y sufre casi siempre.


Hacía yo estas reflexiones delante de mi compañero de viaje a quien vela por primera vez de mi vida, y cuya fisonomía me inspiraba la más profunda simpatía. Era un hombre joven, lindo, mozo, lleno de distinción; una de esas bellezas varoniles en que se admira al hombre en su conjunto de cualidades físicas y morales. A falta de amigos íntimos, ¡aquel extraño era el más simpático de todos los desconocidos!


Siguiendo mis hábitos británicos, el silencio por el espacio de las quince horas que son las necesarias para recorrer ciento setenta leguas que median entre París y Marsella. ¡El silencio! ¿Es acaso atroz como lo pintan los charlatanes? Para mí es el estado de más actividad para el espíritu. Todo el pasado, al más remoto pasado, se recorre con la memoria. Todo el porvenir se abre a nuestros ojos, triste o risueño, según el humor que reina. Se olvidan los malos ratos, se acarician con fruición los buenos, se hacen castillos en España, se conciben proyectos, se sorprenden ideas, se inventan frases, y se devora el tiempo que transcurre como si la vida se deslizara lentamente. Cuando nos encerramos dentro de nosotros mismos y pensamos, ¿quién puede decir que la soledad no es una amiga cariñosa?


En este viaje he abarcado toda mi existencia y la he vuelto a recorrer; una, dos, cien veces. ¡Son los más los buenos recuerdos que los malos! Si es cierto que la vida de cada hombre, es un poema, la mía, lo confieso, no es de los más tristes. Pensemos y pensemos siempre. Tengo por delante un tema precioso para mis divagaciones silenciosas. ¿Quién es este hombre que me acompaña?


Es un hombre feliz indudablemente. Es un estudiante que regresa a Marsella con la intención de volver de inmediato a París. Ha dejado su novia en el alegre quartier de la Sorbona, y va a visitar a sus viejos padres, dos buenos provenzales que lo aman porque es su único hijo. Su novia lo ha acompañado seguramente hasta la estación, y se han despedido con ternura. La mañana está triste como todas las mañanas de la partida y el compañero de viaje se halla envuelto por el hálito de una plácida melancolía. Es un estudiante de medicina: tiene treinta años, es inteligente, ha dado brillantes exámenes, va a ser un hombre célebre. Yo lo aprecio desde este momento, a pesar de no conocerlo y de no saber quién es. Pero así me lo he imaginado, y así lo consideraré, mientras informes más seguros que las presunciones, no vengan a contradecir los que yo mismo me proporciono.


Y tengo tan profunda confianza en mis observaciones instintivas, que cuando recuerdo hechos prácticos me llena de orgullo. Tiempo atrás, en Buenos Aires vi en un álbum dos retratos de personas que no había conocido jamás. Hace un mes, recorría París y en las calles d'Anjou y St. Honoré hallé dos señoras: -«esas son las damas del álbum»- me dije, y salté del carruaje y las detuve, seguro de no haberme equivocado. ¡Eran ellas, en efecto! Ahora quince días, en otro álbum del Havre, se me mostró el retrato de una linda muchacha de Marsella. Llego a Marsella y en la calle Breteuil, la primera persona que veo es el original del retrato. Salto otra vez del carruaje y detengo a mi linda conocida, que se queda estupefacta creyéndome un galanteador a boca de jarro. Pero la nombro, me explico ¡y otra vez había acertado! Los dos incidentes son rigurosamente exactos.


Mi compañero del tren es seguramente la persona cuyas condiciones acabo de asegurar. Me ha observado él a su turno y se ha permitido hacer sus reflexiones sobre mi humilde persona; pero ellas no son tan favorables como las que yo he hecho de la suya. Se encuentra incómodo con mi compañía. Desearía estar solo, completamente solo en el vagón para disponer de todas las libertades que disminuyen las incomodidades de un viaje. Yo a mi turno, provoco mentalmente una conversación amistosa; le digo que me trate con confianza, que se acueste a la bartola, si no quiere admirar la poética campaña que atravesamos, el Sena que se pierde entre los árboles despojados de su follaje; lo invito a que fume, le hablo, le digo quién soy, le pregunto quién es, confirmo mis suposiciones, cambiamos nuestras tarjetas, nos damos la mano, nos abrazamos, nos hacemos grandes amigos, me invita a su casamiento, me muestra el retrato su novia, me dice su nombre, Laurence, Silvia, Emelina, -uno de esos nombres imaginarios- juramos, en fin, no separarnos jamás. ¡Decide acompañarme a Buenos Aires y establecerse allí! Y... ¡ni mi compañero ni yo hemos desplegado los labios!


A las cinco horas de viaje tocamos en Macon. Pronto entramos en las dulces y queridas campañas del Allier, donde hemos pasado tantos alegres y tristes días con Carlos Marenco en el mes de agosto. Si mi amigo las viera en los momentos que las vuelvo a cruzar, estoy cierto, que a pesar de las nostalgias que ha sufrido en ellas, ¡avivaría en su memoria los buenos y los malos recuerdos que tienen para nosotros! La Villa Hombourg está sola en estos momentos todos la han abandonado menos el comandante Jung, que como buen soldado no deserta nunca de su puesto. Los plátanos de la rue Lucas están secos y tristes. Los pobres moineaux que nos saludaban desde sus copas todas las mañanas, se acercan a la puerta de calle a buscar las mijagas del buen pan de Vichy, pero nadie los socorre, y se retiran envidiando la suerte de los hombres y quejándose de su indiferencia. La margen del río está triste y solitaria. El parque parece abandonado para siempre. ¡Ah! ¡El invierno! ¡todo se va, todo concluye con el invierno! Y sin embargo, las últimas vibraciones de la orquesta del casino suenan en mi oído; y a pesar de la rapidez con que vuela el expreso, la memoria restablece los recuerdos del pasado verano, ¡y pienso con sentimiento que tal vez sea la última ocasión de mi vida que contemplo estos lugares!
Mi compañero de viaje parece impresionarse con mis mudas reflexiones. Él también observa la campaña con encanto. Pero ¿quién puede prescindir de mirar la campaña francesa, aún en el mes de diciembre, cuando el cielo está gris y el suelo cubierto de nieve?... ¡Oh dulce Allier! ¡Cuántas tardes, sentados en tus márgenes, o bogando en tus aguas, hemos hecho profundas y tristes reflexiones con el amigo que fue mi compañero de Vichy! Las alegres y mimosas enfermas han volado a París, y recuerdan el pasado verano envueltas entre pieles, abrigadas como las flores tropicales de un invernáculo, por el tibio ambiente de sus salones. Otras, respiran en Niza, en Cannes y en Mónaco las auras calientes del Mediterráneo. Vichy ha muerto con la primavera y el verano.


Cuando llegamos a Lyon ya era de noche. Ni mi compañero de viaje ni yo habíamos despegado los labios. Fue necesario cerrar los libros y mirarnos cara a cara; nos faltaban cinco horas todavía, y me propuse dormir para matar el tiempo. Un sueño dulce y benéfico tendió sus alas sobre mí, y cuando me desperté estábamos en Marsella. Mi compañero no había cambiado de posición. Era un hombre de hierro.


Comprendo la pasión de un parisiense y más la de una parisiense, que casi siempre es fantasista, por ver el mar. Yo he estado encerrado por dos meses sin verlo, y en el momento de llegar a Marsella, es la mar la que despierta todas mis curiosidades. El tren la ha costeado, antes de penetrar en la gran ciudad. La luna la alumbra en un cielo azul y diáfano. Me parece ver el Río de la Plata desde las barrancas de los Olivos, y la ilusión sería completa si el aliento marino no viniera impregnado de ese perfume singular que sólo se respira en las costas de océano.


¡Marsella! He visto en sus calles, en su puerto, en sus plazas, todo lo que la imaginación había soñado ¡Qué, sol, qué luz, qué fuego!» -puedo decir como el poeta. La mar está en calma; desde la muralla del Nôtre Dame de la Garde, toda la ciudad se agrupa alrededor de sus docks; las velas latinas de los pescadores infladas por los vientos favorables de la Provenza circulan el puerto, buscando los cardúmenes de peces que con la marea baja emigran mar afuera. Allá, las islas que defienden la entrada del puerto. En el siglo XIII las galeras aragonesas lanzaron sus balas de piedra sobre ellas. Todas las antiguas naciones cristianas y musulmanas que ocupaban las márgenes del Mediterráneo, codiciaron por siglos a Marsella. Ese puerto en que se amarran hoy los grandes vapores que vuelven de la India, que van al Oriente, a Egipto, a Siria, debió presentar un extraño aspecto en los tiempos en que Génova y Venecia, una sobre el Mediterráneo, la otra sobre el Adriático, atraían hacia ellas todo el comercio oriental. Busco en los docks de Marsella las barcas argelinas, que después de haber saqueado las costas, desde Chipre hasta las Baleares, calzan la amarra y negocian sus ricos cargamentos. ¡El marfil, la púrpura, el oro y la mujer! Se piensa en los felices piratas que nos pinta Boccacio en sus cuentos maliciosos, y a cada momento creemos que puede aparecer el Infiel de Byron vestido con todo el lujo deslumbrador del Oriente y adorado por un grupo de cautivas griegas e italianas.


Me acerco a la playa. ¡Qué animación la de los grupos de pescadores que vuelven del mar! Se habla el provenzal en toda su legítima pureza y con ese peculiarísimo acento que marca enérgicamente la palabra, y que sólo saben modular los labios gruesos y elocuentes de las paisanas de estas costas. ¿Nunca os habéis acercado, en los puertos o en las costas del mar, a la borda de la barca pescadora que acaba de fondear? Para conocer el pueblo bajo de la gran capital marítima de la Provenza, no hay nada como arrimarse a la muralla del Viejo Puerto en que se amarra uno de esos barcos. La mujer y las hijas del pescador del golfo de Lyon, antes de dar la bienvenida al padre y a los hermanos que han pasado la noche recogiendo constantemente los espineles, echan una ojeada curiosa al fondo de la barca, y cuando la ven rebosando de pescado, bendicen al mar y gritan de alegría, mientras los tripulantes contemplan satisfechos el gozo de la familia. En un instante, los canastos están llenos de turbots y de merluzas y una banda de mujeres remonta la gran calle de la Cannebière pregonando la mercancía, cuyo sabroso [404] aroma marino, acaba por ser insoportable. ¿Y los puestos de ostras y mejillones? Una media docena de parroquianos, agrupados delante de la vendedora, devoran incesantemente esas pequeñas pero sabrosas marennes vertes, que hacen en París las delicias de las cenas nocturnas del Café Riche. ¡Qué movimiento, qué charla, qué debates entre estas señoras del mercado de mariscos! Ni bajo de la muralla del Hotel de Rubión en la playa marsellesa, el mar produce y alimenta ostras más ricas que las que abren y brindan las comadres provenzales de las calles.


¡Qué espléndida y qué bella es la naturaleza a medida que huimos de la zona en que reina el invierno! ¡Qué teatro tan grande han hecho de ella las dos más brillantes poetas del septentrión! ¡Si Shakespeare no hubiera contado con el Adriático y el Mediterráneo, Otelo no hubiera sido concebido con todos los grandes prestigios con que entra en la escena de los personajes inmortales! Lejos de la Grecia y de las islas perfumadas del mar Jónico, Don Juan se habría vuelto misántropo y trivial. Por eso nos inunda la alegría cuando asomamos la vista por Marsella, aturdidos todavía por los ruidos ensordecedores de los boulevards de París, donde los hombres viven la vida artificial de las grandes capitales, donde el calor del carbón restablece el verano en los salones, y el invernáculo nos proporciona esas bellas pero insípidas y malsanas frutas que el arte lleva a las mesas de los ricos.


Buscamos el verano como las golondrinas, y toda la Europa lo busca con nosotros. Buscamos ávidos en la costa las playas de Cataluña y Aragón. Cuando costeamos el espléndido camino de la Corniche, los ojos buscan en la línea del horizonte las costas africanas. La ola pesada y perezosa que se envuelve y desenvuelve en la playa, repite el eco de la que bate las márgenes opuestas, modulando la eterna armonía de las aguas. Aunque agrias y las ondulaciones alpinas que rodean a Marsella, ¡cuánta novedad dan al paisaje cuando en sus picos reflejan los últimos resplandores del sol que se sepultan en el mar!


Es vieja, de cierto, la leyenda de Edmundo Dantés con que Dumas sorprende todavía y sorprenderá siempre el espíritu de la juventud fácil y sensible a mis emociones de lo romancesco. Si ahora, quince años hubiera tenido la dicha de pisar las playas de Marsella, y el primer marinero, con voz ronca y ademán sombrío, tomándome del brazo me hubiera señalado el castillo de If, que se levanta sobre el negro y romántico peñasco, la palabra se me habría cortado entre los labios, y habríamos parecido ver levantarse sobre sus murallas el espectro imponente del abate Faria. He aquí un islote desnudo y árido que ha sido digno de un poema popular que lo ha inmortalizado para siempre, y que no puede contemplarse sin avivar las escenas extraordinarias con que el autor del Montecristo presentó aquellas aventuras dignas de los cuentos de la corte de Harun-Al-Raschid.


Entraba ayer al Prado, de vuelta de la Cornicche, con una numerosa comitiva de compatriotas, todos alegres con el cielo azul y el buen sol de Marsella, cuando de pronto vi llegar hacia mí un hombre que hizo detener el carruaje y me tendió los brazos. Su fisonomía me era conocida, pero no me fue posible recordar instantáneamente dónde y cuándo lo había visto. Fue necesario dejarme abrazar con efusión y abrazarle también fuertemente, sin darme cuenta de aquel desahogo generoso. Al separamos, porque no era posible permanecer eternamente estrechados en la calle pública, reconocí en él a mi compañero de viaje, a mi taciturno compañero de viaje de París a Marsella. Mis lectores se habrán olvidado de él, lo que no es extraño, porque yo también lo había olvidado y no pensaba volver a mencionarlo.


-¡Oh mi salvador -me dijo- mi salvador! -y se lanzó de nuevo en mis brazos con los ojos llenos de lágrimas. Estaba a obscuras completamente de las causas de aquella espontánea gratitud.
-¡Sí, ustedes mi salvador! Cuando tomé el tren de París para Marsella el otro día, traía el propósito firme, de suicidarme durante el camino; busqué en vano un compartimento desocupado y no me fue posible encontrarlo. El más vacío era el que usted ocupaba...
-¡Gracias!
-¡Oh, perdone usted!... ¡Cuánto me incomodaba usted! ¡Creí que usted bajaría en Macon, en Dijon, en Lyon, en Avignon al menos! Pero usted seguía, seguía siempre imperturbable. Hubo un momento en que usted dormía profundamente y pensé que era el más oportuno para volarme los sesos, pero ¡temí tanto comprometerlo!... Habría usted caído en el acto en manos de la policía y todas las presunciones lo habrían sido desfavorables.
-¡Caracoles! -dije yo para mí mismo y miré aterrado el castillo de If.
-Ahí tiene usted la razón por la que no me suicidé. Llego a Marsella y la primer noticia que recibo es que el Rhone, con todo su cargamento, ha arribado a Livorno. ¡No había naufragado el Rhone! Si el Rhone hubiera naufragado, como me lo habían dicho, yo era hombre perdido, y entre la deshonra y la muerte habría optado por esta última.
-Pero ¿usted no es estudiante... no está de novio, no va a casarse en breve?
-¡Ah, no, señor!; yo me ocupo del comercio con la costa de África -me contestó mi desconocido, con la más profunda de las satisfacciones.


Esta vez mis cálculos habían dado fiasco. Mi estudiante era un simple agente del cabotaje del Mediterráneo y yo había imaginado un idilio. Si aquel nabab de octava clase no hubiera tenido un poco de mayor consideración por mí, a estas horas estaría yo pasando momentos poco agradables.
Saludé a mi compañero, y le hice presente mis disculpas por haber sido tan importuno en nuestro viaje.

viernes, 11 de julio de 2008

Por Nemesio Barreto Monzón.

Impresiones e imprecisiones de la periodista sueca Ida Charlotta Bäckmann. Como corresponsal del Stockholms Dagblad (La Hoja de Estocolmo), que era a principios del pasado siglo uno de los diarios más importantes de Suecia, Ida Bäckmann llegó a Paraguay en 1908, en vísperas de la revolución del 2 de julio, encabezada por el coronel Albino Jara. Ida Bäckmann reproduce en su relato afirmaciones tan imprecisas como carentes de objetividad, que ella pone en boca de “interlocutores” no identificados. Y era previsible que así fuera, pues llegó a Paraguay en una época de ferviente “antilopizmo”.

Hace veintena de años, revisando el catálogo de obras de Berzelius -padre de la química moderna-, encontré en la Biblioteca Real de Estocolmo el libro Blodiga dagar i Paraguay (Días sangrientos en Paraguay), de la escritora sueca Ida Charlotta Bäckmann. Este es un relato de viaje en él que la autora cuenta los detalles de una corta estadía en Paraguay en 1908. De los seis relatos de viajes publicados por la editorial Norstedt & Söner en 1910, “Días sangrientos en Paraguay” fue el más vendido. Sin embargo, pese al éxito que en su tiempo había tenido, según periódicos de la época, nadie más volvió a mencionar este libro en los últimos setenta años, por lo que me pareció importante rescatarlo de tan prolongado olvido. Ida Charlotta Bäckmann nació el 19 de febrero de 1867 en la pequeña localidad sueca de Åmal, situada a orillas del lago Vänern. Además de excelente periodista y de maestra rural, que también fue durante buena parte de su larga vida, se le reconoce una gran versación en lenguas europeas. De sus viajes por África, Rusia y Sudamérica, dejó testimonios en una serie titulada Farliga färder och roliga (Viajes peligrosos y divertidos), que incluye el relato sobre Paraguay. A Ida Bäckmann se la menciona con frecuencia por su amistad con dos grandes figuras de la literatura sueca: el poeta Gustaf Frödin, sobre quien escribió una polémica biografía en 1913, y con Selma Lagerlöf, escritora sueca laureada con el Premio Nobel de literatura en 1909. Aunque debe su fama a los relatos de viaje que escribió, Ida Bäckmann es también autora de otras obras igualmente memorables, publicadas en la década de 1940.
Muere en un hospital de Ramsberg, el 21 de enero de 1950. Como corresponsal del Stockholms Dagblad (La Hoja de Estocolmo), que era a principios del pasado siglo uno de los diarios más importantes de Suecia, Ida Bäckmann llégó a Paraguay en 1908, a bordo del vapor “Asunción”, en vísperas de la revolución del 2 de julio, encabezada por el coronel Albino Jara. Antes de emprender su viaje a Asunción, el diario La Prensa, de Buenos Aires, le entregó una carta de recomendación para Adolfo Riquelme, uno de los fundadores del periódico El Diario. Ida Bäckmann reproduce en su relato afirmaciones tan imprecisas como carentes de objetividad, que ella pone en boca de “interlocutores” no identificados; y era previsible que así fuera, pues llegó a Paraguay en una época de ferviente “antilopizmo”. No obstante, ella conoció y tuvo igual trato tanto con el Dr. Cecilio Báez como con Don Enrique Solano López, quienes militaban en causas contrarias, en cuanto se refiere al juicio histórico sobre el Mariscal López. Y pese a que con Don Enrique López volvería a encontrarse en Buenos Aires en 1910, en la redacción del diario La Prensa, prevaleció en su relato la causa defendida por el Dr. Cecilio Báez.
Tampoco en la capital argentina la opinión pública le era favorable a López y a Madame Lynch. Pero, circunscribiéndonos al ambiente intelectual del “novecentismo” paraguayo, puede decirse que los defensores de López constituían una excepción. Por último, y sólo para constatar un hecho, la reivindicación oficial de López se produjo recién en 1936, durante el gobierno del coronel Rafael Franco. Casi dos décadas más tarde, en agosto de 1954, el presidente Argentino Juan Domingo Perón, devolvió parte de los trofeos de la guerra. Asimismo, en 1975, el entonces Gobernador de la Provincia de la Rioja, Carlos Saúl Menen, después presidente de la República Argentina, devolvió el mobiliario que perteneció a Solano López. En cuanto al título de este fragmento traducido al español, el mismo obedece a que en el relato, y en la vida real, las aventuras y desventuras del Mariscal y su compañera Madame Lynch son inseparables. SOLANO LÓPEZ Y MADAME LYNCH (FRAGMENTO) Si quiere evitarse problemas, aquí debe cuidarse en no meterse ni en amores ni en política. Los paraguayos son mansos como corderos y en ninguna parte puede estar más segura su vida y sus bienes que en este país si usted, por decirlo así, no juega con esos dos extremos. Tiene usted alguna razón para creer que yo caeré en la tentación de hacerlo? pregunté sorprendida. Nada es imposible que no pueda suceder, opinó él. Cuando el joven bailaba con usted sobre el poncho, eso significa que a usted la ponía por encima de todos los presentes. Si, lo creo sin reservas, interrumpí yo riendo. Al joven le di 10 pesos y una botella de vino por alquilarme su bote ayer y seguramente, eso espero, que no será la última vez. Ojalá que sea así, dijo él, yo traje esto a colación por su amistad con Don Cecilio(Dr. Báez), el hombre más importante dentro del partido liberal y más aún por el interés que usted muestra por Don Enrique Solano López(1), hijo del antiguo dictador de este país. Empiezo a entender lo que usted me quiere decir. Así que usted cree que yo quiero ganarme la popularidad, sondeando el ambiente, que soy la enviada de algún partido; en suma y sencillamente que soy una espía. (....) En los primeros tiempos de la república el país alcanzó un elevado bienestar y un gran desarrollo en todo sentido, si bien era gobernado con mano de hierro y por tiranos tales como el doctor Francia y Carlos Antonio López. El primer telégrafo y las primeras vías férreas se tendieron en Paraguay. El país tenía un poderoso ejército y una marina de guerra con 10 buques; tenía sus propios buques a vapor, construidos en los astilleros nacionales y comandados por tripulaciones paraguayas.
Comenzó así un intercambio comercial directo con Europa. La pobreza no existía y el país carecía de deuda pública. Había orden y seguridad en todas partes. En un país extrañamente afortunado se convirtió en regente, para desgracia de este país, Francisco Solano López, padre de su amigo Enrique López. Cuando se reflexiona sobre el curso de los acontecimientos, uno queda asombrado, que el orgullo y el desvarío de un solo hombre llevara el germen de la ruina de miles y miles de personas. Ya su padre aspiraba con llevar la corona imperial (2). Brasil, el gran vecino, era un Imperio, por qué Paraguay no podría tener derecho a esta dignidad? Una especie de globo sonda fue lanzado y en él algunas de las “criaturas” de Carlos Antonio López, ofreciendo, incluso “implorando” al dictador para que aceptara la corona imperial(3) de su agradecido pueblo, pero igual que César creyó más inteligente rechazarla, transmitiendo a su hijo, por sucesión testamentaria, el pensamiento imperial. Al morir su padre en 1862, Solano López asumió el poder. No fue electo por sus brillantes cualidades de mandatario. Todo lo que de él se sabía se reducía a que era cruel, cobarde y extremadamente haragán. El Congreso, domado para obedecer la seña más insignificante de Carlos Antonio López, aceptó la propuesta por él presentada y ni siquiera se discutió que el país bien podía merecer algún otro. Con su afirmación parece que usted está insinuando que los paraguayos carecen de capacidad para el discernimiento moral. En este sentido, el discurso de la obediencia ciega me parece muy débil, su alegato demuestra un grado de sumisión mucho más profunda, dije yo. Puede, con razón, parecer enigmático en un pueblo tan inteligente y orgulloso como este, pero tenga en cuenta que durante siglos los paraguayos fueron educados en la ciega obediencia a los jesuitas; si, se puede hablar de una obediencia casi religiosa. Después de este imperio teocrático (4) no era muy difícil para un hombre enérgico erigirse en autócrata. Los paraguayos obedecían a sus gobernantes como los hindúes a sus sacerdotes. Carlos Antonio López, que conocía el valor de la educación, contribuyó en enseñar a su pueblo, como ha expresado un historiador, la lealtad y la tenacidad: Paraguay es invencible, puede ser aniquilado por un ejército superior, pero obligarlo a someterse jamás. Para Solano López no era ningún secreto estas extraordinarias cualidades de este pueblo que a él le tocó gobernar, pero en vez de aplicar estas cualidades para el bienestar y gloria de la patria, las utilizó de forma tal que con todo derecho sea llamado el Nerón del siglo XIX. Carlos Antonio López había enviado a su hijo a estudiar en Europa, y el joven Solano López prefirió París para completar sus estudios (5). Soñaba con ser Napoleón y como era de mediana estatura, vio en esta circunstancia un signo inequívoco de que él habría de ser para América lo que Napoleón ha sido para Europa. Para que el mundo tuviera un claro anticipo de la misión que debía cumplir, trató por todos los medios a su alcance de parecerse, en su aspecto exterior, a su pretendido predecesor. Se vestía tal como él había visto a Napoleón retratado en los cuadros; se peinaba como él y trataba de imitar la manera de hablar y los modales característicos de Napoleón. En París se encontró con el genio maligno del Paraguay, la bellísima y encantadora Madame Lynch (6) Yo agucé mis oídos. Enrique Solano López me ha hablado de su madre muy superficialmente, pero los términos por él empleados inspiraban hacia ella un profundo amor y respeto. Alguien me había contado que el nombre Madame Lynch era maldito en Paraguay y por eso no quise darle a Don Enrique ningún motivo para traerla a colación. Conoce usted la historia de Madame Lynch? pregunté. Muy fragmentariamente. Ella era inglesa de nacimiento, creo, pero hacia los dieciséis años de edad estaba casada con un acaudalado inglés (7). No se está completamente seguro si ya entonces dominaba el arte de sacarse de encima a las personas molestas, pues, algunos meses después de su casamiento quedó viuda (8). Lo que ocurrió a continuación tampoco me es muy familiar, sólo que algunos años más tarde, como esposa de otro hombre, llevaba una vida extravagante en París. El pobre hombre parece haberle hecho vehementes reproches por la humillación que ella le causaba con su licencioso comportamiento. Pero ella no tenía vergüenza, solo avidez por el placer y la aventura, y como esto no encontraba en su matrimonio, escapó, dejando su casa y a su marido. Poco después Solano López la vio actuar como bailarina, quedando embrujado por su belleza. Con el dinero que extorsionó a su padre desde Paraguay, llevó en París una vida regalada, y Madame Lynch, presintiendo que el gordito, feo pájaro sudamericano, podía poner para ella los indispensables huevos de oro, se convirtió en su amante y lo acompañó a Paraguay (9). La idea fija que López tenía de ser una reencarnación de Napoleón, ella atizaba en toda oportunidad, y las oportunidades se dieron con frecuencia. Ella le decía que le acompañaría en las buenas y en las malas, como la Josefina de Napoleón, hasta los pináculos de la gloria. Por tanto, cada uno ya se había adjudicado su propio rol y antes de abandonar de París eligieron juntos la corona (10) que habría de adornar la cabeza del autócrata paraguayo. Los rumores de la vida disoluta de Solano López habían llegado a Asunción; sin embargo, igual trajo consigo a su aventurera amante, y exigía el mismo respeto hacia ella como si fuera su legítima esposa. Esto último, más que cualquier otra cosa, era lo que causaba indignación y horror en las familias patricias del país. Madame Lynch, esta descarada mujer, que perdió a su marido, era adicta a todos los vicios imaginables, y ahora que vive en un odioso concubinato con el futuro dictador del país, con toda seguridad ocupará un puesto privilegiado en los círculos de mujeres y exigirá ser cortejada por honorables damas. Este pensamiento despertó la irritación más vehemente en las orgullosas damas españolas y decidieron emplear todos los medios para impedir que una vergüenza tal recaiga sobre ellas.
Se dice, si es verdad no lo sé, que cuando el barco de Solano López y Madame Lynch llegó al puerto al puerto de Asunción las damas de la sociedad paraguaya se juntaron en el puerto con el objetivo conseguir un barco si a la “inglesa” se le permitía bajar a tierra. Fue así que se le impidió a Madame Lynch (11) entrar en Asunción; el barco dio vuelta y, si mal no recuerdo, Solano López la acompañó hasta Argentina. Los sentimientos de Madame Lynch, al impedírsele bajar a tierra, es fácil de imaginar, de modo que a la afirmación de que entonces juró vengarse de Paraguay, por la humillación que sus mujeres le habían causado, parece tener buen fundamento. Si fue así que ocurrió, dios sabrá, pero mantuvo inalterable su juramento. En consonancia con el sueño imperial, también el viejo López había madurado el deseo de un vínculo matrimonial entre su hijo y la hija de Don Pedro II. Esto daría más nimbo a la familia y al mismo tiempo aseguraría al hijo y a la familia la posesión de la corona imperial (12) Este plan no parece haber encontrado oposición en Madame Lynch, sino, al contrario, fue fervientemente apoyado por ella. Si la razón de esto fue que su casamiento en París le impedía contraer matrimonio con López o porque en el supuesto de que “fracasen” en Paraguay, ella no quería estar unida a él por vínculos legales, no lo sé. Lo cierto es que ella era consciente de su gran poder sobre él, de modo que en ningún momento dudó que él sería siempre un fiel instrumento de ella, aunque todos los emperadores del mundo y sus hijas intentaran impedirla. Con la táctica de Napoleón, de una auténtica María Luisa de Austria a la vista, decidió Solano López que su padre solicitara en su nombre la mano de Doña Isabel (13). La respuesta fue un rotundo no. Esta derrota indignó profundamente a padre e hijo, y Madame Lynch se esmeró porque la indignación del segundo no se extinguiera. Cuando Solano López sucedió a su padre en el poder, se mudó con Madame Lynch a Asunción (14), donde esta notable pareja vivió en un lujo desmedido. Por ese tiempo tenían tres o cuatro hijos, para cuya educación fueron empleados los mejores maestros (15). Se dice que Enrique Solano López tuvo como maestro al médico sueco Eberhard Munck af Rosenschöld (16), intervine yo. Parece que él lo apreciaba muchísimo y me contó que este compatriota mío estaba enterrado en la localidad de San Bernardino. Si el doctor Rosenschöld viviera o si por lo menos se encontraran sus papeles (18), se obtendría con seguridad importantes datos sobre este interesante período. De eso no cabe ninguna duda, dijo mi acompañante y a renglón seguido se puso a hablar del dictador. Cuando Solano López se convirtió en dictador no le pareció bien que el país por el que llevaba el cetro tuviera limitados recursos. No debía haber fronteras para su territorio e inmensa debía ser su fortuna. El -o tal vez Madame Lynch- tenía un agudo sentido del arte y ardientes deseos de embellecer Asunción en su aspecto arquitectónico. Espléndidos palacios empezaron a construirse, uno tras otro, en la capital, y las más encantadoras casas de recreo en las afueras. López puede ser odiado, incluso odiarlo tanto como él se merece, pero el honor de haber construido el hermoso Palacio de Gobierno y elegido su excelente ubicación en una meseta del puerto, esto nunca se le podrá quitar. Incluso el gran teatro que está sin terminar, construido a semejanza de la Scala de Milán y al que hoy con sonrisa burlona se le da la espalda, produce, al menos en el extranjero, una fuerte impresión. Concedamos que estos edificios están allí como un incontrastable testimonio del delirio de grandeza de López, pero la belleza de las construcciones adquieren valor por sus propios encantos. En consonancia con sus derechos soberanos, y el de su familia en Paraguay, empezó a construir un majestuoso mausoleo (18) para la regente familia López. Está sin terminar, tal como puede verse, en su enorme cúpula crecen hiervas y plantas silvestres se entremezclan entre los ladrillos rojos del muro. Su interior se emplea como establo. Durante esta fiebre de las construcciones creció en él la indignación por aquel rechazo en la petición de mano y aguardaba, como una araña en su red, la ocasión de mostrar a Sudamérica a quién Brasil se había atrevido a ofender. Tal ocasión creyó que se le presentaba cuando Brasil se enemistó con Uruguay. López se ofreció a mediar sin que nadie se lo pidiera y fue fríamente rechazado. Esto lo impulsó a cometer los actos más insensatos, uno tras otro, hasta que finalmente se vio involucrado en una guerra con Brasil, Argentina y Uruguay, que integraron una Triple Alianza para destruir el notable gobierno de López. Ya en vida de su padre, López había dado muestras de su total ineptitud como militar, y durante toda la guerra, que entonces comenzaba, tal ineptitud tomó forma fatídica. No hablemos ya de la ejecución de los planes, pues se cometieron graves errores estratégicos. Los paraguayos lucharon como leones, pero sólo para ser carneados, más tarde o más temprano, por un enemigo superior. El mismo López desarrolló toda la brutalidad de su naturaleza animal. Los extranjeros residentes en el país sufrieron asesinatos en masa, sean hombres, mujeres o niños, y sus propiedades pasaban a formar parte de los bienes del Estado. Se introdujo la tortura como método para obtener falsos testimonios y dos terceras partes de los habitantes del país murieron en las más crueles circunstancias. Todo esto ocurrió con el insensato pretexto de que la patria así lo exigía, que la lucha no cesaría hasta que el último enemigo no fuera aniquilado. Paraguay no tenía enemigos, su valentía despertaba tanta admiración como aversión despertaba el egoísmo y engreimiento sin límites de López. Pero como él encarnaba al Estado, su pobre pueblo tenía que expiar lo que él había comenzado. La cualidad que antes que cualquier otra caracterizaba a López era su crueldad casi inhumana y su cobardía desmedida. Durante toda la guerra no participó en ninguna batalla, no, ni siquiera en una esgrima. Temblando de miedo, deplorable, por perder su preciosa vida, se mantenía a una distancia segura de las balas enemigas; no se atrevía ni a asomarse allí donde su pueblo fiel ofrecía su vida y su sangre por una obstinación suya. Su principal interés se centraba en la protección de su sagrada persona y en el campamento siempre se tomaban primero las medidas de seguridad para él y los suyos. Allí se construían -pero lo más lejos posible del enemigo- murallas suficientemente gruesas para protegerlo de los cañones enemigos, y dentro de éstos, cómodas tiendas de campaña para que el tirano y su corte pudieran vivir tranquilos. El trabajo, el esfuerzo y el costo que esta “Corte de Campaña” requería a él le importara un ápice. El ordenaba y se le obedecía. López le tenía un miedo descomunal a las balas, le temblaban las piernas y le castañeaban los dientes apenas oía un tiro de pistola y en tales ocasiones le era totalmente indiferente que se rieran de él o la compasión que su ridículo comportamiento inspiraba.
MADAME LYNCH Madame Lynch se regocijaba en ese valle de lágrimas al que había sido abandonado el pueblo paraguayo, que alguna vez fue tan arrogante con ella; y hoy se sabe con certeza que la mayoría de los dolorosos castigos, las penas de muerte y las crueles ejecuciones, efectuadas por orden del dictador, procedían de ella. Madame Lynch era, además, una mujer de notable sentido práctico y sabía sacar ventajas, en beneficio propio, a cualquier circunstancia. Después de cada batalla iba ella al campamento de los soldados y persuadía a la tropa, más con astucia que con amenaza, para que a cambio de billetes paraguayos de ningún valor le entregaran todas las monedas de oro y las joyas que los soldados obtenían en los saqueos. Como tributo de guerra obligaba también a las damas paraguayas(19) a despojarse de sus anillos y ornamentos para después lucirse ella misma con esas preciosas joyas familiares. Tiempo después, cuando esta honorable pareja se encontró en posesión de innumerables objetos de valor, cuando todavía los podía transportar, los depositaban en lugares seguros, a menudo enterrándolos en lugares desconocidos. Para que estos secretos no fueran conocidos, se tomaron las mismas medidas de precaución que los visigodos, al ocultar la tumba de Alarico (20), es decir, ejecutado inmediatamente a los soldados que habían participado en el entierro del tesoro(21). Pero también por otros medios sabía procurarse dinero esta Madame Lynch sedienta de oro. Un médico inglés (22), quien en su calidad de maestro estuvo en su casa en repetidas ocasiones y al que se le consideraba como amigo de la familia, recibió un día la orden de presentarse ante Madame Lynch. Ella parecía estar fuera de sí, tenía dificultad para articular las palabras, dificultad para expresarse. Tal vez se trataba de la vida de ella o de la de sus inocentes hijos, pensó el médico. Luego de varios ataques de llanto, por fin logró decir que López tenía planes de eliminar al doctor, y que aquel, guiado por una falsa acusación -de esto ella estaba segura-, quería encerrarlo ese mismo día en la cárcel. El doctor, sabiendo que a quien López encerraba en la cárcel no salía de allí sino para ser ejecutado, suplicó a Madame Lynch para que tratara de salvar su vida. No podría darle ella una oportunidad para escapar? Ella hizo un ademán desesperado, indicando que no. No había entonces ninguna salida que pudiera evitar su muerte? Hasta entonces a ella no se le había ocurrido ninguna salida, sollozó ella. De repente se calmó, visiblemente ella había resulto el enigma. Se podía sobornar al testigo para que retire su acusación. Lamentablemente, ella había agotado su fortuna en la guerra y que no podía ayudarlo con dinero, pero el propio doctor era un hombre rico. Si él le diera al menos 4.000 libras esterlinas en billetes, ella con gusto y sin riesgo arreglaría todo. Para salvar su vida, él accedió a su petición y con esta suma sobornó alegremente al testigo falso que no era otro que ella misma. Su poder sobre los hombres era realmente increíble cuando ella quería utilizarlos. Por intermedio de sus espías, supo ella que en los tres campamentos enemigos le habían echado ojo a sus operaciones financieras y que en la primera ocasión que se presentare, harían una revisión de los bienes que ella había acumulado. Para salvar sus bienes debía encontrar una manera camuflada de sacarlos del país. Esto era lo más deseable, pues comprendía que López no podría controlar la situación por mucho tiempo más, razón de más para salvar a tiempo sus pertenencias, antes de que los paraguayos la echen por segunda vez. Con su arte de seducción logró enceguecer al entonces ministro norteamericano en Paraguay, general Mac Mahon(23), quien a pedido del dictador aceptó la responsabilidad de sacar fuera del país y depositar en territorio neutral el tesoro de la nación, que equivale a decir que es el patrimonio privado de López. En siete carretas (24), adornados con banderas norteamericanas, fueron transportados el montón de objetos de valor robados por la pareja, abriéndose paso entre las tropas enemigas de los tres países, sin que se le presentara ningún obstáculo al transporte. Norteamérica era desde luego un país neutral y lo que estaba bajo la protección de su bandera nadie se atrevía a ultrajar con una inspección. (....) ¿Qué fue de la vida de Madame Lynch en Paraguay después de la muerte de Solano López? pregunté yo, interrumpiendo el largo silencio. (....) Bajo estrictas medidas de seguridad, ella, acompañada de sus hijos, fue llevada a Buenos Aires (25), y en esta metrópolis sudamericana vivió algunos años, sin que protagonizara alguna aventura digna de mención.
Posteriormente viajó a Francia, donde el tesoro robado le ha permitido llevar durante muchos años una vida aventurera, conforme exigía su avidez por el placer desmedido. Ahora bien, cómo terminaron sus días, no tengo informaciones confiables al respecto. He escuchado decir que después de llevar una vida disipada habría fallecido en París, y en la más extrema pobreza (26). Cómo puede ser que sus hijos sean tan pobres según todo indica que Enrique López es actualmente? pregunté. Que fue un hombre de gran fortuna se desprende de la costosa educación que recibió. A mí me dijo que había estudiado tanto en Berlín y París como en Oxford y que tuvo una biblioteca de enorme valor, de la que sus acreedores le fueron despojando (27). Enrique Solano López nunca pudo conservar dinero, dijo mi interlocutor. La fortuna se diluye en sus manos como la nieve bajo el sol. Se casó cuando era rico, y por entonces estaba lejos de una economía en ruina. Nadie sabe cómo gasta su plata, pues él no juega ni bebe, pero el dinero sale de su bolsillo sin retorno. Su suegra tuvo que ayudarle en repetidas ocasiones, cuando su situación económica era visiblemente desastrosa. Pero también ella se dio cuenta de que ayudarlo era tirar dinero en un barril sin fondo y que terminaría arruinándose ella misma. Por eso le dijo a su hija para que eligiera quedarse con sus hijos junto a su marido y morirse de hambre o abandonarlo e ir a vivir con ella.
La esposa eligió esta segunda opción (28). La hija mayor de Don Enrique tiene ahora dieciocho años (29) y es de una belleza más deslumbrante todavía que su abuela paterna (Madame Lynch). Notas 1. Enrique S. López (1859-1917) Hijo del Mariscal Francisco Solano López y de Elisa Alicia Lynch. Acompañó a su madre a Europa en 1870. Se casó en 1883 con la norteamericana Alexandra Maud, con la que tuvo dos hijas. Después de quedar viudo y fallecida su madre en Paris, regresó definitivamente a Paraguay en 1891. En 1900 fundó el diario “La Patria”. 2. La “corona imperial” fue una ocurrencia del Encargado de Negocios de Francia en Asunción, Aimé Chevalier de Cuverville; nombrado en marzo de 1867, se ofreció para mandar confeccionar por un orfebre de París una corona y una daga para el Mariscal López. A este respecto se puede mencionar que en la lista de trofeos de guerra, devueltos a Paraguay el 15 de agosto de 1954 por el presidente Argentino, Juan Domingo Perón, figura “un proyecto de corona en yeso”. Por otra parte, el 25 de mayo de 1867 se formó una “Comisión” para regalar una espada al Mariscal por el día de su cumpleaños (24 de julio), presidida por Escolástico Garcete y Abdón Molina.
Véase carta (27-05-1867) firmada por Juan E. Barrios y José M. Escalada. (El Semanario Nº 683). De la recolección de joyas iniciada por una “Comisión de Damas” en febrero de 1867, el Mariscal López sólo aceptó “una vigésima parte” para “acuñar la primera moneda nacional de oro”. Decía también “Yo no considero que la muger paraguaya que tantas pruebas ha dado de su amor a la patria, necesite hacer ostentación exterior de los colores que lleva impreso en su corazón, ni veo por qué haya de renunciar al uso de sus joyas”, Solano López al Vicepresidente Francisco Sánchez. Paso Pucú, 6 de septiembre de 1867. Con las donaciones, según el Decreto del 11 de setiembre de 1867, el Mariscal López ordenó que se acuñara monedas de oro, nombrando para tal efecto (Art. 2º) a “los ciudadanos Felipe Milleres, José Carmelo Talavera y José Valle”. Dos tipos de monedas de oro se acuñaron (Modulo 22 m/m, ambos); además, se acuñó una tercera que era de cobre. Véase: ANA, Vol. 352, 353 y 354. 3. Véase nota dos (2).
4. Hernández, Pablo, S.J. Organización Social de las Doctrinas Guaraníes de la Compañía de Jesús. Tomo II. Barcelona, España, 1913. Páginas 358-595. 5. Francisco Solano López (1826-1870). Fue enviado a Europa en misión diplomática. Estuvo en París entre el 16 de diciembre de 1853 y el 14 de marzo de 1854; el 18 de enero de 1854 López fue recibido por Napoleón III. Después de visitar otros países europeos, López volvió a París el 5 de Julio de 1854. Desde esta fecha hasta el 8 de noviembre de 1854 Solano López permaneció en Paris. Sobre esta última fecha, téngase presente que el Ministro de Relaciones Exteriores de Francia, Édouard Drouyn de Lhuys, comunicaba a Francisco Solano López que el Gobierno de Francia le había conferido el grado de “Gran Comendador de la Orden Imperial de la Legión de Honor”. París, 8 de noviembre de 1854. Colección Rio Branco, I-29,26,1 Nº 26. El “Tacuarí” partió del puerto de Burdeos a las 10:30 Horas del 11 de noviembre de 1854, llegando a Asunción a las 14:00 horas del domingo 21 de enero de 1855. 6. No se tiene documentado en qué circunstancia ni cuándo Solano López conoció a Madame Lynch, pero tuvo que ser entre enero y marzo de 1854. Y es que López estuvo fuera de París entre marzo y julio de 1854. Cuando López regresa a Paris se encuentra con una carta de Madame Lynch, de fecha 5 de junio de 1854, en la que ella agradece a López por el envío de dinero y en la que también trata otros asuntos personales. Colección Rio Branco: I-30,28,19, Nº 3 (Documento Nº 929). 7. Elisa Alicia Lynch nació en Irlanda en 1835, hija de John Lynch. 8. Elisa Alicia Lynch se casó en el condado de Kent, Inglaterra, con el francés Javier de Quatrefages, hijo de Pierre Quatrefages, el 3 de junio de 1850. No quedó viuda ni volvió a casarse como se afirma. 9. Viajó de Burdeaux (Francia) abordo del trasatlántico “Ville de Marseille”, en diciembre de 1854, llegando a Buenos Aires (Argentina) a fines de enero de 1855. Permaneció varios meses en la capital Argentina, donde nació su primer hijo, Juan Francisco López Lynch. Buenaventura Decoud (1821-1879), cónsul del Paraguay en Buenos Aires, inscribió a Juan Francisco López en el Consulado paraguayo en 1855, cuando Decoud ejercía el cargo de Cónsul. Juan Francisco tuvo que haber nacido en Buenos Aires en abril de 1855. De Buenos Aires viajó Madame Lynch con su hijo en el vapor “Uruguay”, llegando a Asunción en mayo de 1855. El vapor “Uruguay” estaba comandado por el Capitán paraguayo, Vicente Alcaráz. 10.
No existen documentos conocidos que prueben esta afirmación. 11. Cuando Madame Lynch llegó a Asunción no se produjo ningún incidente. Hubo si disturbios en mayo de 1870, cuando abordo del buque “Princesa” llegó a Asunción. Un incidente similar se registro el 26 de octubre de 1875, cuando Madame Lynch abordo del vapor “Cisne” llegó de Buenos Aires a Asunción, para presentarse ante la justicia paraguaya a enfrentar eventuales cargos contra ella. 12. Véase nota dos (2). 13. La propuesta de matrimonio, aparte de carecer de sustento documental, no pudo haberla hecho Don Carlos A. López, pues entonces Doña Isabel era todavía una niña. Véase: Pedro II, Emperador de Brasil (1825-1891). En cartas a Don Carlos Antonio López, escritas entre el 25 de marzo de 1845 y el 22 de febrero de 1851, comunica el nacimiento de su hija Isabel (29/VII/1846), de Leopoldina (13/VIII/1847) y de Pedro (17/VII).
Ver foto: AD. Colección Rio Branco. I-29,29,23 Nº 14 (Doc. 446). 14. Cuando Madame Lynch llegó a Asunción en 1855 se hospedó en la casa de Ramón Franco, casado con Ramona Godoy. La casa de la familia Franco estaba ubicada en la calle Independencia Nacional e/ General Díaz. Véase, asimismo, Documento de hipoteca de Don Ramón Franco por un plazo de 2 años por valor de 3.715 pesos al 1,8% anual. Asunción, 26 de noviembre de 1853. El testimonio está adjuntado al recibo Nº 259. Asunción, 16 de noviembre de 1853. Hay también referencia a la compra de un inmueble del Estado hecha por parte de Ramón Franco, quien solicita a Don Carlos Antonio López autorización para construir. Colección Rio Branco. I-30,9,48. (Doc. Nº 821). La casa de Madame Lynch estaba ubicada en Eligio Ayala esquina Yegros y Mariscal Estigarribia, ocupaba toda la manzana formada por las citadas calles; allí funcionó un tiempo el Colegio Nacional de la Capital. Ver foto en Apéndice Documental. Madame Lynch tenía una residencia veraniega cerca de la estación de tren de Patiño. Véase: Compra de tierra hecha por Francisco Solano López a don José Joaquím Patiño. Asunción, 27 de abril de 1863. Escritura autenticada por el Escribano de Gobierno y Ministro de Hacienda, don Silvestre Aveiro. CRB:I-30,7,44 (Doc.1933).
Asimismo, Francisco Solano López compra tierras de don José Joaquím Patiño y José Gregorio Patiño, ubicada en Ibitipané. Asunción, 11 de mayo de 1863. Registro de compra firmado por el Escribano Bernardo Ortellado. Colección Rio Branco (CRB):I-30,7,43 (Documento Nº 1954). En esta propiedad tenía Madame Lynch su casa de campo y que visitó con alguna frecuencia cuando la Capital de la República se mudó a Luque. Este lugar es conocido como “Madama cué” y “Patiño cué”, ubicado en el camino entre Luque y Areguá. Terminada la guerra, el colono sueco Luis Gustav Littorin(1835-1902) compró parte de esta propiedad, afincándose en ella. Littorin capitaneó varios barcos del ejército argentino, fue además proveedor de las fuerzas aliadas, actividad que le permitió acumular una importante fortuna. Littorin contrajo matrimonio con Doña Catalina Giménez, una paraguaya, sin dejar descendientes. En cuanto a Francisco Solano López, su casa estaba ubicada en la calle De la Catedral (hoy Independencia Nacional) esquina Palma. La casa habría sido adquirida de Pedro Nolasco Decoud.
Véase: Escritura de una casa ubicada en Asunción comprada a Don Pedro Nolasco Decoud para Francisco Solano López (Seis documentos: 1843-1858) Colección Rio Branco: I-30,6,96 (Documento Nº 321). 15. No cabe duda de que los hijos de Solano López con Madame Lynch pudieron acceder a una buena educación, pues en aquella época trabajaban en Paraguay cerca de doscientos profesionales europeos. Sin embargo, y exceptuando a Juan Francisco López Lynch, los otros hijos de la pareja apenas estaban en edad escolar cuando se inició la guerra de la Triple Alianza (1864-1870). 16. Eberhard Munck af Rosenschöld(1811-1869). Médico y naturalista sueco que llegó a Paraguay en 1843, donde vivió hasta su muerte en 1869. Munck llegó a Paraguay en compañía del joven comerciante sueco Johan Wilhelm Smitt(1821-1904), quien veinte años más tarde se convertiría en el principal financista de Alfredo Nobel, el que instituyó los famosos premios que llevan su nombre. Véase: Nemesio Barreto Monzón. “Paraguay y sus vínculos con Suecia. Asunción”. 1992, Páginas 117-169. Según referencias de a una entrevista mantenida en Asunción entre Enrique Solano López y Harald Bildt, Ministro Residente de la Legación de Suecia en Buenos Aires.(1910-1912), Eberhard Munck fue profesor de inglés de Enrique Solano López. A este respecto, puede citarse la carta de Harald Bildt, fechada en Buenos Aires el 7 de setiembre de 1910, dirigida al Profesor Salomón Eberhard Henschen (1847-1930) en la que decía: “El mes pasado tuve la oportunidad de hacer un viaje a Paraguay....Asimismo, tuve la suerte de conocer y de amigarme casi con el hijo de López II, Enrique Solano López. Éste nació hacia 1864 y era entonces apenas un niño durante la guerra. El mismo inició la conversación hablando de Don Gustavo, a quien de niño veía frecuentemente y de quien aprendió inglés. Él murió de disentería en la cárcel de Ascurra, dijo Don Enrique y fue enterrado al lado de la tumba de mi tío materno en una loma de esa localidad”. Ref. Colección Henschen, Biblioteca de la Universidad de Uppsala-Suecia, Sección Manuscritos. Es importante señalar que el tío materno al que se refiere Don Enrique López sólo puede tratarse del tío John Lynch. 17. De una parte de los papeles de Munck y de otros objetos se apropió el farmacéutico italiano Domingo Parodi, parte de está rapiña aún hoy se conserva en poder de la familia del presidente uruguayo Jorge Battle. Otra parte de los papeles de Munck cayeron en poder del Conde D’eu. También cabe señalar que una pequeña parte de las pertenencias de Munck fue entregada a representantes de instituciones suecas por la señora Josefina Rivarola de Aceval, esposa del ex presidente Emilio Aceval (1853-1931). Barreto Monzón, Nemesio, Op. cit. 117-169. 18. Se refiere al Panteón de los Héroes. 19. Pese al tiempo transcurrido, nadie ha presentado ninguna prueba que confirme tal afirmación. Véase.
Nota dos (2). 20. Se refiere a Alarico I, saqueó Roma y murió en el año 410. 21.Mucha gente, buscadora del tesoro enterrado en tiempos de la “Guerra Grande”, hubiera deseado tener a mano el “Mapa de Campaña del Mariscal López. Este mapa, de gran valor histórico, existe. Este Mapa fue regalado a Francisco Solano López por Thomas Page y que el Mariscal utilizó durante toda la guerra de la Triple Alianza. Al morir el Mariscal, un soldado de apellido Azambuja se llevó el mapa como trofeo y le vendió al abogado Estevao de Mendonca,quien a su vez le obsequió el mapa a Carl Lindman y hoy está en Gotemburgo, Suecia, en el archivo particular del Dr. Magnus Mörner. Véase: Barreto Monzón, Nemesio. Op. Cit. pags. 100-104. 22. Se refiere probablemente al doctor William Stewart (1831-1911) Médico inglés. Llegó a Paraguay en julio de 1857. Casado con Venancia Báez el 29 de octubre de 1864. Madame Lynch le entregó al Dr. Stewart 212.000 pesos en monedas de oro para que sea depositado en el Banco Real de Escocia. Cuando Madame Lynch entabló una demanda en su contra, el Dr. Stewart se declaró insolvente. Véase también: Stewart, William y Robert. Cuenta corriente entre William y Robert Stewart a Su Excelencia el General Francisco Solano López. 7 de noviembre de 1861. Colec: Rio Branco: I-29,32,24 Cartas de William Stewart a Francisco Solano López sobre remesas de pagos por entrega de materiales para el ferrocarril y construcción de navíos a vapor. Perth, 1860-1861. Colección Rio Branco: I-30,21,91-95 (Documento Nº 1407). Véase también: Notes of Evidence in Causa William Stewart Against Antoine or Anthony Gelot. Edinburgh, 1871. Sobre el comerciante francés Anthony Gelot, véase la carta que José Berges le escribe a Ludovico Tenre, cónsul de Paraguay en París, haciendo referencia al envió de maderas y sedas del Paraguay. Colección Rio Branco, I-22,12,1 Nº 28.(Documento Nº 2283).
Asimismo, la carta que Juan Crisóstomo Centurión escribe desde Cuba a Emiliano López Pesoa (29-04-1871) menciona a Gelot. 23. Martin Mac Mahon, Ministro de Estados Unidos, recibió en Itá Ybaté su acreditación en Paraguay el 14 de diciembre de 1868. Fue muy amigo de Madame Lynch. Escribió en el album de Madame Lynch una oda histórica titulada “Resurgiras Paraguay” (Piribebuy, junio de 1869).
Archivo Histórico del Ministerio de Defensa Nacional. Asunción. 24. El 30 de junio de 1869 el Ministro Mac Mahon deja Paraguay. Llevaba una carta del Mariscal López, fechada en Azcurra el 28 de junio de 1869, dirigida a su hijo Emiliano López Pesoa. Según esta carta, Mac Mahon se encargó de llevar para Emiliano un total de 500 onzas de oro. Para trasportar esta cantidad de oro no era necesario disponer de “siete carretas”. 26. A Madame Lyncn no le quedaba ningún objeto de valor cuando murió en París el 26 de julio de 1886. En ausencia de sus hijos, fue sepultada en el cementerio Pére Lachaise. En cuanto a los restos de Madame Lynch, sus cenizas fueron repatriadas desde Francia en el “Cañonero Paraguay”, la urna que contiene sus cenizas fue depositada en el Museo Histórico del Ministerio de Defensa Nacional., el 24 de julio de 1961. 27. Enrique Solano López dejó a su muerte una voluminosa biblioteca. Con su colección se creó la actual Biblioteca Nacional que lleva su nombre. 28. Alexandra Maud. Primera esposa de Enrique Solano López, con la que tuvo dos hijas, una de ellas de nombre Lorna Maud. Cuenta Héctor Francisco Decoud: “Cuando en 1884, el autor hizo un viaje a Buenos Aires, Madame Lynch de Quatrefages le obsequió con una comida íntima en su residencia de la calle Bolívar 549, en la que él (refiriéndose a sí mismo) y el señor Juansilvano Godoi, fueron las únicas personas extrañas a la familia, a menos que, como tal, haya que considerarse a la suegra y a la señora de uno de sus hijos, Enrique Solano López. (Ref. Decoud, Héctor Francisco: La Masacre de Concepción. Pag. 81. RP. Ediciones. Asunción, 1991). Puede agregarse que Don Enrique Solano López se casó en segundas nupcias con Adela Carrillo. De este matrimonio nacieron seis hijos, entre ellos Miguel Solano López, Delegado Paraguayo ante las Naciones Unidas (1961). 29. Lorna Maud López (1885?-1955). Hija de Enrique Solano López y Alexandra Maud. Casada con George Parker Maslen Dean. Según este relato de la periodista y escritora sueca, Ida Bäckmann, quien estuvo en Paraguay en 1908, una de las hijas de Enrique Solano López tenía 18 años. Del matrimonio de Lorna Maud López con George Peter Maslen Dean nació Barbara Lorna Dean Dimock, Política y Senadora Republicana por el Estado de Alaska, USA., y por tanto, era nieta de Enrique Solano López por la línea materna.

miércoles, 9 de julio de 2008

Despedida del QE2 en el Puerto de Las Palmas de Gran Canaria












Hace algo más de dos semanas que una de las leyendas de los mares visitó por última vez el Puerto de la Luz en Las Palmas de Gran Canaria.
Los gran canarios tuvieron el honor y la oportunidad de despedir a uno de los buques insignes de la legendaria compañía naviera Cunard, al igual que ocurriera el 20 de abril de 1.969 pero en una situación totalmente diferente en ese entonces, el QE2 hacía escala en Las Palmas en el viaje inaugural de Southampton (sur de Inglaterra) a New York.

La vinculación de la naviera Cunard con el Puerto de La Luz y de Las Palmas se remonta a 1920, cuando comenzaron sus primeros cruceros de invierno y recalaron en él los trasatlánticos "Mauritania" y "Caronia", a los que siguieron, en la década de los sesenta, el "Queen Mary" y "Queen Elizabeth".

Con el pasar de los años el Puerto de la Luz siguió recibiendo a los nuevos navíos de Cunard y a otras embarcaciones de diferentes empresas navieras importantes del mundo.

En el día fijado, el Queen Elizabeth 2 o QE2 llegaba sobre las 13:30 al Puerto de la Luz, en una cálida mañana de verano que invitaba a los participantes a unirse a la gran fiesta de despedida, el buque estaba de regreso después de hacer su última vuelta al mundo.

Ya en el muelle una multitud de personas lo recibía con cámaras fotográficas y filmadoras en mano para inmortalizarlo.
La banda de música Guayedra fue la encargada de la animación de la fiesta y una exposición de autos antiguos puso el color necesario para que los participantes se transportaran en el tiempo, he imaginaran los muchos destinos e historias que guardaba el QE2.

A su llegada a destino el QE2 será reformado en parte, respetando algunos rasgos característicos de su decoración original, para luego ser convertido en museo y hotel flotante en Dubai. La empresa Carnival, que es actualmente la compañía de cruceros más grande del mundo y propietaria el QE2 ha vendido por 100 millones de dólares al grupo de capital privado estatal Istithmar, que maneja el complejo turístico de 560 hectáreas (1.384 acres) de Palm Jumeirah, la más pequeña de tres islas cubiertas de palmeras que el desarrollador, propiedad del gobierno Nakheel, está construyendo fuera de las costas de Dubai.

Dubai se encuentra actualmente realizando proyectos de gran envergadura con vistas a convertirse en uno de los destinos turísticos más importantes del planeta, su crecimiento urbanístico no conoce límites y han apostado por copiar el modelo realizado por la ciudad de Las Vegas.

Cerca de 6,5 millones de personas visitaron Dubai el año pasado, más que a ningún otro destino árabe, excepto Egipto.

Particularidades del QE2:

  • Fue fletado en 1969. Desde entonces ha cruzado el Atlántico 800 veces, y dado 25 vueltas al mundo.
  • En algunas ocasiones fue utilizado como barco de transporte de tropas en la breve guerra que enfrentó a los gobiernos de Inglaterra y Argentina por la posesión de las Islas Malvinas.
  • El QE2 inició sus viajes en septiembre de 1967. En estas cuatro décadas de vida y 1.400 viajes (en los que ha recorrido el equivalente a 13 viajes de ida y vuelta a la luna), viajaron 2,5 millones de pasajeros en el lujoso crucero, entre ellos miembros de casas reales, presidentes y primeros ministros.
  • El barco, que mide 294 metros de eslora y pesa 70.000 toneladas, puede transportar a 1.900 pasajeros y 1.015 tripulantes
  • En principio, el nombre a imponer era simplemente el de Queen Elizabeth, como su predecesor, pero el imprevisto añadido de la Reina creó un problema. La construcción del barco, por parte de los astilleros John Brown & Co. Ltd., y su bautizó se realizaron en Escocia. Y la reina Isabel I -que había reinado entre 1558 y 1603- lo había sido de Inglaterra pero no de Escocia, por lo que denominar el barco con el nombre de la actual reina Queen Elizabeth II crearía una situación que se deseaba evitar.
  • Durante gran parte y fines del siglo XX y de los primeros años del XXI el único barco de la compañía que hizo viajes transatlánticos fue el Queen Elizabeth 2. A partir de 2004 el barco fué limitándose a los servicios de crucero (en su mayoría del Reino Unido) y al crucero anual por el mundo, mientras que la ruta transatlántica fue absorbida por el nuevo Queen Mary 2, el primer transatlántico construído con la mayor capacidad de pasajeros en cualquier tipo de buque jamás contruído. En 2006 EL QE2 perdió el registro del mayor buque de pasajeros de cruceros a la libertad de los mares. Al igual que el récord de ser el barco de la mayor capacidad de pasajeros a manos del Freedom of the Seas, aunque el QM2 sigue siendo el transatlántico más lujoso de Cunard.

El QE2 se retira dando lugar a un nuevo buque que continuará su leyenda y la de Cunard, el nuevo Queen Elizabeth, de 92.000 toneladas se ha mandado construir y se estima que empiece a navegar en el otoño del 2010. Cunard ha firmado un acuerdo con los astilleros italianos Fincantieri para la construcción del nuevo trasatlántico con capacidad para 2.092 pasajeros, en los Astilleros de Monfalcone con un coste de aproximadamente 500 millones de euros. Será el segundo buque de Cunard más grande jamás construido.